Sheyla Mariam Jara Balcazar
A R T I C U L I S T A I N V I T A D A
La representación de la mujer se ha quedado en segundo plano a pesar de las modificaciones de las leyes y los estatutos de muchos partidos políticos. Claro ejemplo es el de las “Manuelitas” en Chiapas o, como en muchas ocasiones suele suceder en la República Mexicana, con las famosas “Juanitas”, que normalmente se les concede la candidatura como propietarias y, al llegar, tienen que renunciar para que ascienda quien “las puso”.
En Veracruz, sin duda hay muchas mujeres valiosas y comprometidas, pero también existen las que solamente en el quehacer político han degradado la participación de ésta, se dedican incluso a hacer politiquería contra la propia mujer, en vez de hacer política para la mujer.
Pareciera que nosotras no aceptamos que una mujer pueda sobresalir en el ámbito político.
La lucha por la participación de la mujer no puede consistir en ofender a una mujer por ocupar un puesto con comentarios denigrantes: “llegó ahí por acostarse con tal”, “es Diputada por su familiar”, por mencionar ciertos adjetivos menos vulgares.
La violencia política hacia las mujeres no sólo se traduce en agresiones físicas que, son reiteradas en Veracruz; por poner un ejemplo: lo que sucedió en la pasada contienda electoral con Tava Ortega o Cinthia Lovato. Las mujeres olvidamos la violencia simbólica. Sin duda, falta sororidad; no hay nada peor que una mujer atacando a otra mujer.
Ivonne Ortega en alguna ocasión mencionó algo que llamó mi atención: “Las mujeres cuando queremos participar tenemos tres condiciones de discriminación: ser mujer, ser joven y ser de un pueblo”.
Pienso que las mujeres también tenemos retos como los hombres, cada mujer que entra a la política busca bienestar social, pero antes de tratar de convencer a los hombres de esto, debemos de entenderlo nosotras mismas.
