Hora Cero
Luis Alberto Romero
La caída en el número de militantes del Partido Revolucionario Institucional no es un dato aislado ni coyuntural: es el reflejo de una crisis política profunda que el tricolor arrastra desde hace más de una década.
De acuerdo con cifras del Instituto Nacional Electoral, el PRI inició el año con alrededor de 1.4 millones de afiliados y hoy ronda apenas los 940 mil.
Para este partido, hegemónico durante 7 décadas, la pérdida es cercana al medio millón de militantes en un solo año.
El contraste con otras fuerzas políticas llama la atención. Morena, partido en el poder, pasó de 2.3 a 11.5 millones de afiliados, un crecimiento exponencial que no solo refleja la fuerza de la maquinaria gubernamental, sino también la capacidad del partido guinda para absorber estructuras, liderazgos y bases sociales que antes militaban en otras siglas, particularmente en el PRI. No es casualidad: la migración política ha seguido la lógica del poder y de las oportunidades.
En este escenario, el Partido Verde Ecologista de México aparece como beneficiario secundario del reacomodo. Fue el único partido, además de Morena, que incrementó su padrón durante el año, al crecer 31 por ciento y pasar de 592 mil a más de 778 mil afiliados.
El PVEM ha sabido capitalizar su alianza con el partido dominante, fortalecer sus bastiones regionales, como San Luis Potosí, Estado de México y Chiapas, y presentarse como una opción pragmática para quienes buscan sobrevivir políticamente en el nuevo mapa de poder.
Hoy, el Verde es la puerta lateral para un político que busca sumarse a la ola de la 4T.
Por otro lado, otras fuerzas políticas muestran signos de estancamiento o retroceso. El Partido del Trabajo perdió cerca de 68 mil militantes; a pesar de sus triunfos electorales, Movimiento Ciudadano también redujo su padrón; en tanto que el PAN apenas logró sostener sus números, con una ligera disminución.
Estos datos, manejados por el Instituto Nacional Electoral, confirman que la competencia partidista ya no se define solo en las urnas, sino también en la capacidad de retener militancia activa y convencer a la ciudadanía de permanecer afiliada.
El caso del PRI es grave porque su pérdida de militantes no obedece únicamente a ajustes técnicos del padrón, sino a un desgaste político acumulado. La falta de propuestas atractivas, el relevo generacional fallido, la desconexión con las demandas sociales y el peso de una reputación asociada a corrupción y autoritarismo han erosionado su base.
A diferencia del PRD, que ya perdió su registro en 2024 pese a contar con casi un millón de afiliados, el PRI aún sobrevive, pero lo hace con una militancia cada vez más reducida y envejecida.
El tricolor, en ese contexto, renovó su dirigencia estatal; en un ejercicio de gatopardismo, el PRI veracruzano cambió de dirigencia con los mismos nombres; se mantiene Adolfo Ramírez Arana y a la secretaría general llega Carolina Gudiño, con un rosario de derrotas a cuestas.
En términos generales, 2025 cierra con un sistema de partidos en recomposición. Morena concentra la mayor parte del capital político y humano; el Verde se consolida como aliado funcional; el PAN resiste sin crecer; Movimiento Ciudadano se mantiene como opción urbana; y el PRI sigue perdiendo terreno. La pregunta no es si el tricolor puede recuperar militantes, sino si aún tiene un proyecto político capaz de justificar su existencia en un escenario donde la afiliación ya no es herencia, sino decisión.
@luisromero85













